Había una vez un hombre muy rico:
tenía muchas mujeres, un gentío de servidumbre, la mejor vivienda de la aldea y
grandes tesoros.
Este hombre, absorbido por la
administración de sus bienes, era inteligente y tenaz en el trabajo.
Desgraciadamente tenía un solo ideal: la riqueza. Cuando un mendigo se
presentaba ante él lo echaba de mala manera diciéndole: “Trabaja y serás rico
como yo”. Su avaricia era tal que también prohibía a sus familiares cualquier
gesto de generosidad.
Mas también para él llegó el día
en que, como acontece a cada mortal, tuvo que morir. En espera del juicio, las
almas de los muertos quedan encerradas en una habitación de la que pueden mirar
por una ventanilla hacia el mundo de la felicidad o el mundo de la desgracia,
objetos de su esperanza o destrucción. En aquellas celdas se encuentran
provisiones. Sin embargo, nuestro hombre fue encerrado en la celdilla sin ventana
y en la que no había ni alimento ni una escudilla de agua.
Desengañado, empezó a protestar y
a gritar en contra del trato inhumano que le habían reservado, así que Sima, el
guardián de las almas, fue a preguntarle la causa de sus protestas.
-¡Me han encerrado en una
habitación oscura y sin provisiones!
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjftmqucFG_AX3U_jNO2601_2_bWDVuOoeqwmLwFITZSe0tupEbm4KZfbxu2ecy49QTn1kH6tNUgNABN-1Dy9DGTbrlAsZ56DLviG6tkuhhTrCazrVZhh9WYeoUo1n5EY9eRzRLL-74ArY/s200/short-deportivo-mujer-empatia_design.png)
El avaro, puesto en aprietos
delante de la prueba evidente de su negligencia para la vida futura, suplicó a
Sidma que obtuviese de Dios el permiso de regresar un mes a la tierra para
enmendarse. El guardián le consiguió dos meses
de tiempo y lo reenvió a la tierra, con el pacto de que no revelase a
nadie el privilegio excepcional.
Retornado entre los suyos, que
pensaron que se había curado en el
último instante de la enfermedad, se puso a comprar cantidades de harina,
aceite, miel almendras, azúcar y otros productos. Movilizó a todas las mujeres
del pueblo para preparar galletas, bizcochos crujientes y tortas.
Había tomado a su servicio un
panadero que, con ayuda de algunos ayudantes, trabajaba día y noche cocinando
dulces. Se vieron bien pronto en su casa largos collares de rosquillas mientras
las mesas se llenaban de tortas y bizcochos. Mirando crecer las provisiones de
día en día, nuestro hombre se llenaba las manos pensando que tenía para comer
por toda la eternidad.
Llegó finalmente el día de su
nueva muerte y sucedió que la última hornada
de bizcochos, tal vez por el cansancio del panadero, se quemó.
Casualmente, en aquel instante un mendigo tocó a la puerta. El avaro esta vez
consintió en darle un dulce, pero escogió para el mendigo el bizcocho más
quemado de la última hornada, que era como un pedazo de carbón.
Después llegó Sidma, el guardián
de las almas, que lo volvió a llevar a la celda de espera. El hombre creyó que
encontraría la montaña de provisiones que se había preparado en la tierra. Con
desesperada sorpresa, lo que encontró fue el dulce quemado que ofreció al
mendigo. Entonces entendió.
Leyenda africana
Bajado de youtube.com
Disculpas por las faltas de ortografía.
No pude modificar el vídeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario