sábado, 8 de enero de 2011

EL PAÍS DE SIEMPRE JAMÁS

Nota creada el 11 de abril de 2010
“Nunca sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser, junto a ti, todo lo que soy” (Gregorio Marañón)
En multitud de situaciones que nos toca vivir a diario nos encontramos con este sentimiento. Un sentimiento de indefensión, de sentirse poco valorado; un sentimiento de no encontrar el espacio donde poder compartir todas las riquezas que uno lleva dentro.
Y esto nos sucede como adultos: en el trabajo, con los amigos, en casa con la familia… Pero como adultos también tenemos la capacidad de relativizar, de dar importancia a lo que realmente la tiene y de escuchar sólo aquellos comentarios (o ausencia de los mismos) que merecen la pena ser escuchados, porque nos conocemos, porque conocemos nuestras virtudes, nuestros defectos, nuestros potenciales…
Pero desgraciadamente no todos somos adultos; nuestros niños, nuestros adolescentes, nuestros hijos, nuestros alumnos; aún se encuentran en ese proceso de buscar su lugar en el mundo, buscar un hueco en este sin vivir, sin parar, sin escuchar, sin dedicar tiempo a lo pequeño, a lo cotidiano, al día a día… Y se encuentran perdidos.
Y sienten como nosotros, los adultos, que tienen muchas cosas que ofrecer, mucho con lo que poder sorprender y enriquecer al que los rodea… pero no encuentran ni el espacio ni el tiempo donde poder demostrarlo. Y aún están aprendiendo a crearse su propia imagen, a conocerse a sí mismos, a poder exigirse con coherencia…
Y necesitan ayuda, pero… no saben como pedirla, quizá ni siquiera se den cuenta de que la necesitan;, sólo tienen ese sentimiento de indefensión, de sentirse infravalorado, que también tenemos nosotros. Y al final, en mayor o menor medida, podemos llegar a tener una imagen “incompleta” de nuestros niños, de nuestros adolescentes, de nuestros hijos, de nuestros alumnos.
Todo esto se acrecenta cuando el niño o el adolescente que tenemos delante, con el que convivimos diariamente, tiene alguna discapacidad, posee alguna dificultad de aprendizaje, de conducta, desconoce el idioma o, simplemente, está viviendo o le ha tocado vivir la dureza de una realidad que algunos no viviremos nunca.
Es verdad que la sociedad en la que vivimos promueve el “aquí y el ahora”, la inmediatez, la exigencia, la competitividad, el “no parar”; que nos sentimos condicionados a renunciar a muchas cosas para poder “seguir el ritmo”, para no quedarnos descolgados de un sistema que envuelve y atrapa, pero quizá deberíamos parar y plantearnos si es éste el mundo, la sociedad, la realidad que queremos para nuestros hijos y alumnos.
Al final, con nuestros actos también educamos.
Quizá deberíamos plantearnos que muchas de las difíciles situaciones que vivimos en las aulas y en casa están potenciadas y alimentadas por este ritmo, por esta pauta.
Es cierto, es fácil decirlo y muy difícil aplicarlo, hacerlo, pero también es verdad que eso de que “lo importante es la calidad y no la cantidad de tiempo”, no es del todo real.
Nuestros niños y adolescentes nos necesitan presentes, necesitan compartir con nosotros sus inquietudes, sus problemas, sus angustias, sus sueños, sus ilusiones… Necesitan sentir que no están solos, que no todo se reduce al momento de la cena, a la hora del recreo o a la hora de tutoría.
Quizá necesiten tener la posibilidad de “ser junto a nosotros todo lo que son”, porque, afortunada o desgraciadamente en esta vida, las posibilidades nos diferencian.
No es complicado, es complicadísimo; para algunos puede que sea una quimera, pero qué es si no la educación sino la esperanza de que nuestros hijos y alumnos consigan ser ejemplo de sabiduría intelectual, social, humana; qué es, sino la esperanza de construir entre todos una mañana mejor, en el que todos tengamos cabida, en el que todos tengamos, al menos, la posibilidad de decidir.
James M. Barrie, en su popular obra “Peter Pan” escribió: " Los niños a lo único que piensan que tienen derecho cuando se le acercan a uno de buena fe es a un trato justo. Después que uno haya sido injusto con ellos seguirán queriéndolo, pero después nunca volverán a ser los mismos. Nadie supera la primera injusticia: Nadie salvo Peter. (...) Las estrellas son hermosas, pero no pueden participar activamente en nada, tienen que limitarse a observar eternamente. Es un castigo que les fue impuesto por algo que hicieron hace tanto tiempo que ninguna estrella se acuerda ya de lo que fue. Por ello, las pequeñas todavía sienten curiosidades. "
Construyamos entre todos el país de “Siempre Jamás”, donde las estrellas luzcan en el cielo las virtudes que les otorgó quién allí las colocó.

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